sábado, 30 de diciembre de 2017

Paradoja alemana: el paro en mínimos mientras crece el número de gente sin casa

“860.000 personas no tienen casa en Alemania. La cifra ha crecido un 150% desde 2014”. 

Este titular, generado por un informe de la organización no gubernamental Bundesarbeitsgemeinschaft Wohnungslosenhilfe (BAG W), rebotó en numerosos medios dentro y fuera del país más rico de la Unión Europea a mediados del pasado mes de noviembre. La información volvía a lanzar sombras sobre un modelo económico que ha sido y sigue siendo referencia para muchos gobiernos y políticos del Viejo Continente. Unas sombras que se alargan cuando se observa cuál es la previsión de BAG W para el próximo año: en 2018, el número de los sin techo superará holgadamente el millón de personas en Alemania. Algo falla en la locomotora económica europea. 

La llamada crisis de refugiados arrancó oficialmente en el verano de 2015. Desde entonces, Alemania ha recibido alrededor de un millón de personas procedentes, sobre todo, de Oriente Próximo. Se hace por tanto muy tentador intentar explicar el aumento de personas sin vivienda con la llegada de miles de sirios, afganos e iraquíes. Sin embargo, y aunque los refugiados sean uno de los factores, la situación es bastante más compleja y tiene una indudable dimensión económica nacional. 

“La falta de una política de vivienda y del combate de la pobreza son la base estructural de la problemática”, asegura a El Confidencial Werena Rosenke, subdirectora de BAG W y coautora del informe. “Desde 1990 hasta hoy el número de vivienda social se ha reducido un 60%. Desde hace años, en muchos Estados federados no se construye ni una sola vivienda social bajo el argumento de que el mercado se regula a sí mismo”, asegura Rosenke, que apunta además la privatización de vivienda social todavía existente por parte de las autoridades federales y estatales. 

Las cifras hablan por sí solas: en 1990 había en Alemania casi tres millones de viviendas sociales. 2017 cerrará con poco más de un millón. Y la tendencia va claramente a la baja. 



De los 858.000 personas sin una vivienda estimadas por el informe de BAG W, casi la mitad (422.000) eran ciudadanos residentes en Alemania sin relación alguna con la ola de refugiados. La cifra de personas sin casa ascendía en 2006 a 248.000. Si obviamos a los refugiados que siguen sin tener un techo propio, el número de personas que no puede permitirse una vivienda se ha doblado, por tanto, durante la última década en Alemania. La figura del trabajador pobre juega un papel fundamental en ese avance. 

“En Alemania tenemos el sector de salarios bajos más grande de toda Europa. Hay una cifra de gente que no se debe subestimar con condiciones laborales precarias, que necesitan dos empleos para llegar a fin de mes o incluso pedir ayuda a social al Estado a pesar de estar trabajando”, asegura Werena Rosenke. “Como ya han demostrado muchos otros informes, la tasa de desempleo no es decisiva para el aumento o descenso de personas sin casa, sino cuál es la disponibilidad de viviendas a precio asequible”. 

Alemania se ha convertido en un país de paradojas socioeconómicas: su tasa de desempleo es la más baja desde 1991; mientras, la cifra de personas que no pueden permitirse una vivienda es la más alta desde la reunificación. 

Burbuja inmobiliaria urbana 

Al fenómeno del trabajador pobre hay que sumarle la evidente burbuja inmobiliaria que, alimentada por los actuales bajos tipos de interés, la inversión de capital extranjero y el avance del mercado de compra en detrimento del de alquiler, se ha formado en los principales núcleos urbanos del país. El precio de la vivienda aumenta ininterrumpidamente desde 2010, especialmente en ciudades como Múnich, Colonia, Hamburgo o Berlín. 

Carsten Krull es trabajador social en la capital alemana desde hace tres décadas. Lo ha visto prácticamente todo. Hoy dirige un centro diurno de acogida y asesoramiento para personas sin techo en el barrio occidental de Moabit. Por aquí pasa todo tipo de gente: desde alcohólicos vagabundos hasta trabajadores alemanes y extranjeros que, pese a contar con un empleo y un salario, no encuentran una vivienda que puedan pagar. 

Moabit es un claro ejemplo del desarrollo que ha experimentado el mercado inmobiliario en la capital alemana: hace una década, era un barrio con problemas estructurales, tráfico de drogas y considerado inseguro; hoy apunta a convertirse en la siguiente víctima de los procesos de gentrificación y especulación urbanística que están convirtiendo la vivienda en un bien escaso y, por consiguiente, extremadamente valioso en la capital alemana. 

“En Berlín, personas con un salario bajo apenas tiene la posibilidad de encontrar un apartamento. Y esa es una realidad que cada vez se extiende más”, explica Carsten Krull a El Confidencial. “Esta zona en la que tenemos nuestro centro era antes un lugar donde nadie quería vivir. Los cárteles de 'Se alquila' se quedaban durante años colgados en las ventanas. Entretanto, aquí ya se está mudando la clase media-alta. Si alguno de nuestro asesorados intenta alquilar un apartamento en esta zona, lo tendrá prácticamente imposible”. 

Si se le pregunta sobre los porqués del incremento del número de personas sin casa apuntado por el informe de BAG W, el trabajador social contesta que hay que diferenciar entre las personas sin techo que viven en la calle y aquellos ciudadanos con bajos ingresos (también conocidos como “trabajadores pobres) y dependientes de ayudas sociales. 

El primer grupo, marcado generalmente por el consumo de alcohol, drogas y también por las enfermedades mentales, tiene poco que ver con el desarrollo del modelo económico de Alemania durante el último cuarto de siglo. Ya estaban allí antes de 1990. La evolución del segundo grupo, sin embargo, sí presenta una relación directa con la neoliberalización de la locomotora económica europea. Haciendo repaso del perfil de personas a las que ha atendido durante los últimos años, Carsten Krull no tiene dudas: “La pobreza cada vez se amplía más en Alemania”. 

Sin estadísticas oficiales 

Pese a la creciente problemática, llama la atención que el Gobierno federal alemán no cuente con estadísticas oficiales sobre gente sin casa. Sólo un par de Estados federados confecciona un informe anual y de alcance regional. Tanto a Werena Rosenke como Carsten Krull les cuesta no ver una intencionalidad política en esa ausencia de cifras estatales. Los problemas que no están en la agenda, en definitiva, no existen para el electorado. 

Elfriede Brüning, directora del Centro para Personas Afectadas por la Escasez de Vivienda de Berlín, cree, no obstante, que la inexistencia oficial de estadísticas responde simple y llanamente a que la cifra de personas sin casa no interesa absolutamente a nadie en el mundo de la política. “Por eso le estoy agradecida a las miles de personas refugiadas que, gracias a su llegada a Alemania, llamaron la atención sobre la problemática”, dice a El Confidencial la trabajadora social. 

Brüning se refiere a la contribución estadística del alrededor de medio millón de refugiados llegados al país desde 2015 que hoy siguen sin techo. Sin ellos, el titular que abre este artículo no habría sido posible en 2017, y el impacto de la creciente realidad de personas sin casa en el espacio público, muy probablemente inexistente. 

Contra lo que se pueda pensar, la mayoría de personas que busca ayuda en el Centro para Personas Afectadas por la Escasez de Vivienda dirigido por Elfriede Brüning no responde a la imagen de vagabundos víctimas del alcoholismo y las drogas; la mayoría de los afectados asesorados por el centro son ciudadanos alemanes que vive temporalmente en casa de familiares o amigos ante la imposibilidad de encontrar una vivienda. En 2016, más de un 11% de los asesorados contaba incluso con un empleo. 

Luego está el grupo de “los sin techo invisibles”; es decir, personas que a primer golpe de vista parecen ciudadanos socialmente integrados, pero que en realidad no cuentan con una vivienda propia y peregrinan durante meses o incluso años entre sofás de amigos, centros de acogida e incluso la calle. 

Elfriede Brüning no tiene dudas: la cifra de personas trabajadoras, asalariadas e integradas socialmente que se ven afectadas por la falta de vivienda no ha hecho más que aumentar durante los últimos años en Alemania. Elfriede tampoco duda ni un momento en señalar la relación entre el modelo económico del país más rico de la UE y el creciente número de personas sin techo: “Siempre que hablamos con el Senado de Berlín [Gobierno regional de la ciudad Estado] sobre la necesidad de intervenir para que personas con poco dinero pudieran acceder a una vivienda, la respuesta era que el mercado se ocuparía de ello. El mercado, efectivamente, se ocupó y ahora tenemos una inmensa cifra de personas sin vivienda. Un día fuimos una economía social de mercado. El carácter social se quedó por el camino. Hoy sólo somos una simple economía de mercado”.

Reportaje publicado en El Confidencial.

viernes, 1 de diciembre de 2017

El 'Factor AfD‘ o el síntoma de que algo se rompe

Alternativa para Alemania (AfD) ha cambiado la realidad política de Alemania. El surgimiento y establecimiento del partido alemán de ultraderecha más exitoso desde 1949 supone un cambio de paradigma político para el país más poblado, rico y poderoso de la Unión Europea. La actual incapacidad de formar gobierno por parte de los principales partidos alemanes es una muestra de ello. Alemania está descubriendo un escenario que hasta ahora le era desconocido: el de la inestabilidad política.

AfD fue fundada en 2013. En aquel momento, pocos habrían podido imaginar que un partido "nacional, liberal y conservador" podría realmente abrirse paso a la derecha de la CDU-CSU capitaneada con mano de hierro por la todopoderosa Angela Merkel. La realidad es que la sola presencia del partido ultraderechista en el Bundestag (en el que es la tercera fracción más grande) condiciona toda la política de Alemania, que hoy es un país más vulnerable, más inseguro, más rodeado de incertidumbres.

El reciente fracaso de conversaciones exploratorias para formar un gobierno federal como el de la Jamaika Koalition (CDU-CSU, FDP y Los Verdes) deja la sensación de que, sin AfD en el parlamento federal, ese inédito ejecutivo de coalición habría sido posible. Pero los ultras de AfD han demostrado durante los últimos dos años que es un partido capaz de pescar votos en todos los caladeros políticos del país. Su 12,6% de votos en las pasadas elecciones federales del 24 de septiembre da cuenta de ello. Y el resto de partidos parece tomar cada una de sus decisiones (o no decisiones) con un ojo puesto en el fantasma ultraderechista, que hoy en Alemania tiene 92 diputados en el Bundestag. AfD paraliza, osbtaculiza o condiciona al resto de actores del tablero político germano.

AfD es un fenómeno transversal, es el primer partido de ultraderecha alemán que recibe un apoyo relevante entre electores que tradicionalmente no habían votado ultra. Eso es precisamente lo que hace temblar las piernas al establishment político de un país con la historia moderna de Alemania. El ultranacionalismo político ha dejado de ser un fenómeno extraparlamentario en Berlín y ello supone la ruptura del consenso de posguerra nacido en Alemania sobre las cenizas todavía humeantes del desastre de la Segunda Guerra Mundial

El 'Factor AfD' genera vértigo en Alemania, un país cuya estabilidad parecía indiscutible hace tan sólo unos años. Y más vértigo generan aún las incertidumbres que llenan el futuro cercano de un proyecto como la Unión Europea, con una nueva crisis financiera, un recrudecimiento de la crisis de deuda del euro o el ascenso de la ultraderecha en otros países de la unión como Francia, Holanda, Hungría, Polonia o los países escandinavos nublando el horizonte. 

Franco Delle Done y un servidor lo vimos venir y lo advertimos en Factor AfD. El regreso de la ultraderecha Alemania, un libro por el que muchos no dieron ni un duro en su momento y que, lamentablemente, está validando su tesis: AfD no es más que un síntoma de que algo se ha roto en el sistema político alemán, de que algo ya no está funcionando en la Unión Europea, de que la política tradicional, y especialmente una izquierda con un proyecto colectivo verosímil y verdaderamente alternativo al omnipotente dogmatismo neoliberal, debe reaccionar antes de que sea demasiado tarde.


domingo, 10 de septiembre de 2017

Götz Kubitschek: el 'cerebro' de la revolución ultra alemana

“El nacionalsocialismo, más concretamente Auschwitz, se ha convertido en el último mito de un mundo racionalizado al cien por cien. Un mito es una verdad que está más allá de discusión. No necesita justificarse, bien al contrario: el solo atisbo de la duda, presente en la relativización, significa un serio asalto contra el tabú que lo protege. ¿Acaso no se ha amenazado con castigar la 'mentira de Auschwitz' como una especie de blasfemia?” 

Este es uno de los párrafos de Finis Germania, el libro póstumo que el historiador e intelectual alemán Rolf Peter Sieferle dejó escrito antes de suicidarse en septiembre de 2016. Se trata de un breve ensayo de apenas 100 páginas que, como su propio título indica, advierte del ocaso de Alemania como nación. Las razones que ofrece Sieferle en su disertación coinciden con los argumentos ofrecidos por las llamadas Nuevas Derechas alemanas: la migración masiva, los refugiados, la falta de patriotismo, el avance de la multicultaridad en detrimento de la población autóctona y los valores tradicionales alemanes, el presunto antigermanismo, generado por la cultura de la constante revisión de la historia reciente de un país marcado por el nacionalsocialismo y el holocausto, acabarán irremediablemente con Alemania, con su historia, con su cultura. 

“La responsabilidad de los judíos en la crucifixión del mesías no fue reconocida por ellos. Los alemanes, que reconocen su responsabilidad sin piedad, tienen sin embargo que desaparecer de la historia, convertirse en un perpetuo mito para expiar su culpa”, escribe Sieferle en otro párrafo en el que deja meridianamente claro su mensaje: la relativización de los crímenes nacionalsocialistas y el revisionismo histórico marcan un libro que incluso recibió alabanzas por parte de articulistas de la prensa conservadora española

El libro de Sieferle habría sido una simple anécdota, un inadvertido giro ultraderechista de un intelectual alemán durante sus últimos días de vida, si Finis Germania no se hubiera colado de lleno y durante varias semanas de este año en la lista de los títulos más vendidos de la plataforma Amazon en Alemania después de que un crítico literario del referencial semanario Der Spiegel lo incluyese en las recomendaciones editoriales de la publicación. El director de la revista decidió finalmente sacarlo de esa lista y reprender públicamente al articulista. Pero la polémica estaba servida en un país en el que revisionismo histórico quedó excluido del consenso político a raíz del fin de la Segunda Guerra Mundial y desde la misma fundación de la República Federal de Alemania en 1949. Eso parece estar cambiando. 

Götz Kubitschek no duda en calificar el escándalo generado por la obra de Sieferle como todo un éxito de la editorial Antaios, que él mismo dirige desde Schnellroda, un pequeño pueblo situado en el Estado germanooriental de Sajonia-Anhalt. Kubitschek es la gran referencia intelectual de las llamadas Nuevas Derechas alemanas, que tienen al movimiento islamófobo Pegida y al partido Alternativa para Alemania como principales arietes de una relativamente exitosa revolución hipernacionalista e ultraconservadora tras décadas de intentos infructuosos en un país que parecía vacunado contra aventuras ultraderechistas. 

A la pregunta de si la nueva intelectualidad de las llamadas Nuevas Derechas está en disposición de pelear por la hegemonía cultural (y política) de Alemania, Kubitschek responde a este periodista: “Por supuesto. Fíjense en el reciente escándalo generado por el 'caso Sieferle': la reacción del establishment es patética, histérica, de pánico y clínica. Ello me demuestra cuán exitosamente podemos provocar”. El escándalo generado es, en su opinión, la prueba de que el consenso de postguerra alemán muestra grietas. Pegida, AfD y el propio 'caso Sieferle' son sólo síntomas de ello.

¿Quién es Kubitschek? 

La pregunta sobre la biografía de Kubitschek se hace inevitable. Nacido en 1970 en el sur de Alemania, este teniente del ejército alemán en la reserva estudió germanística, geografía y filosofía en Hanóver y Heidelberg. En la década de los noventa fue redactor del semanario Junge Freiheit, referencial en las Nuevas Derechas y considerado actualmente la publicación orgánica de AfD. En el año 2000 funda la editorial Antaios, a partir de la cual comienza a construir un polo intelectual ultraderechista del que hoy forman parte la publicación Sezession o el think tank Institut für Staatspolitik (IfS). Kubitschek es muy cercano a los líderes del ala etnonacionalista de Alternativa para Alemania Björn Höcke y André Poggenburg. 



Kubitschek también tiene conexiones con la plataforma civil Ein Prozent, cuyo objetivo es movilizar al uno por ciento de la población alemana contra la política migratoria de Gobierno de Angela Merkel, así como con el Movimiento Identitario, grupo juvenil que este verano fletó un barco para frenar la migración en el Mediterráneo en un intento de “defender Europa”. 

Para Kubitschek, el objetivo de este polo intelectual ultraderechista es claro: “Las Nuevas Derechas son un cuestionamiento fundamental de la hegemonía cultural de la izquierda”, declara. Esta revolución neoconservadora e hipernacionalista asume curiosamente una premisa teórica acuñada por el intelectual marxista italiano Antonio Gramsci: sólo desde la hegemonía cultural se pueden alcanzar mayorías sociales y políticas. 

Entre otros conceptos, Kubitschek defiende el “etnopluralismo”, que intenta recuperar el patriotismo alemán apartándose de los clásicos postulados nazis que defienden la superioridad racial aria: “Este concepto se basa en el convencimiento de que la diversidad del mundo se fundamenta en la diversidad de sus pueblos y de que no puede haber superioridad de unos pueblos sobre otros, sino más bien una igualdad de derechos y un aprecio fundamental, siempre y cuando los pueblos defiendan y desarrollen su cultura, permanezcan en sus espacios y respeten a sus vecinos”, contesta Kubitschek en un cuidado y elegante alemán. “Al fin y al cabo, el etnopluralismo es un concepto defensivo, un concepto humilde y moderado para un pueblo y un continente que están envejeciendo. Los pueblos jóvenes, dinámicos y expansivos no se comportan de forma etnopluralista, y Europa obviamente tampoco se comportó de manera etnopluralista en su fase de superioridad y expansión”.

AfD como última oportunidad 

El tiempo se agota para Alemania. Es el profundo convencimiento de los integrantes de las Nuevas Derechas, especialmente de aquellos que rechazan el concepto moderno de ciudadanía y defienden en su lugar la pertenencia a una nación por derecho sanguíneo. El partido AfD es visto de alguna manera por Kubitschek y otras figuras destacadas de las Nuevas Derechas como la última oportunidad para frenar el ocaso de Alemania y preservar el pueblo alemán, precisamente el mensaje que trajo consigo la obra de Sieferle Finis Germania. AfD supone para ellos un cambio de paradigma en el tablero político alemán. “AfD es la prueba político-partidaria de ese cambio de paradigma, no el inicio del mismo”, asegura Kubitschek. “AfD tiene ante sí un camino duro, tiene que sostenerse en la industria política y comportarse como un partido. Y efectivamente, se nos hace tarde. Si AfD fracasase, no sería posible hacer mucho más a través de vías político-partidarias”. 

Es especialmente llamativo que en un país como Alemania, cuyos indicadores macroeconómicos apuntan a una buena salud estructutal, un partido ultraderechista como AfD esté luchando por convertirse en la tercera fuerza del arco parlamentario. Así lo apuntan las encuestas de intención de voto. De no haber sorpresas de última hora, el Bundestag contará a partir del próximo 24 de septiembre, fecha de las elecciones federales, con una bancada ultraderechista en sus entrañas, algo inédito en la historia reciente del país. Un fenómeno al que ha contribuido, sin lugar a dudas, la lucha por la hegemonía cultural protagonizada durante la última década por Kubitschek y los suyos. 

Un reciente informe de la fundación Hans-Böckler, dependiente de la principal central sindical de Alemania, indica los motivos que llevarán previsiblemente a un par de millones de alemanes a votar por AfD en las próximas elecciones federales: la mayoría de votantes del partido ultra, perteneciente a la clase media del país, asegura contar con una buena situación económica; sin embargo, comparten un común denominador: tienen miedo al futuro, son pesimistas militantes. Si Alemania continúa por la senda actual, creen, el país se precipitará irremediablemente al precipicio, a la Finis Germania.

Para responder a la pregunta de hasta qué punto el pueblo alemán está realmente en peligro, Götz Kubitschek recupera un cita del siglo pasado del intelectual ultraconservador alemán Carl Schmitt: “El hecho de que un pueblo no tenga la fuerza o la voluntad de mantenerse en la esfera de los político no significa que la política desaparezca del mundo. Sólo desaparece un pueblo débil”. Un párrafo que contextualiza el actual miedo reinante en un segmento nada despreciable del electorado alemán.

Reportaje publicado en El Confidencial.

sábado, 22 de julio de 2017

Alemania, dos años después del verano de los refugiados

Masas formadas por hombres, mujeres y niños agotados que atravesaban a pie las fronteras de Alemania; centros de acogida de refugiados saturados y con gente acampada a sus puertas; la burocracia y las autoridades germanas superadas por el torrente de peticiones de asilo; un poder político federal, estatal y local que, por momentos, pareció perder el control de la situación. 

Son todas imágenes registradas en Alemania a mediados de 2015, durante el llamado “verano de los refugiados”. Durante ese año, alrededor de 890.000 personas (según cifras oficiales), fundamentalmente procedentes de países como Siria, Irak y Afganistán, pero también de los Balcanes, buscaron cobijo en el país más rico, poblado y poderoso de la Unión Europea. 

Aquello fue todo un test de estrés para la canciller Angela Merkel y su Gobierno, cuya innegociable negativa al cierre de fronteras cosechó enemistades y críticas en el resto de Europa, y también dentro de Alemania: un número considerable de miembros del partido de Merkel, la CDU, comenzó a poner en entredicho la estrategia e incluso el liderato de la canciller; en el bautizado como “verano de los refugiados”, el joven partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) consiguió afianzarse como la tercera fuerza de intención de voto con un 15 por ciento en las encuestas electorales, su hasta ahora mayor porcentaje de intención de voto a nivel federal. Todo un aviso para Merkel, cuya popularidad tocó entonces mínimos históricos. 

Dos años después del “verano de los refugiados”, y a las puertas de unas elecciones federales que Merkel parece abocada a ganar nuevamente el próximo septiembre, ¿en qué punto se encuentra Alemania en su gestión de la llamada “crisis de refugiados”? ¿Qué ha ocurrido con ellos? ¿Hasta qué punto siguen marcado los refugiados la agenda política germana? ¿Cómo está funcionando su integración laboral en un país que objetivamente necesita de inmigración para mantener su modelo económico y su Estado del Bienestar? ¿Han asumido el resto de partidos ciertos postulados de la ultraderechista AfD por pura estrategia electoralista? ¿Concuerda la dialéctica de fronteras abiertas del Gobierno de Merkel con su política migratoria efectiva? 

Deportar: Afganistán, “país seguro” 

“Yo me ofrezco a acompañar a De Mazière a Afganistán y hacerle de traductora. Volamos a Kabul y él me debe mostrar cómo es posible viajar de la capital a otras zonas del país de forma segura… Es muy fácil estar sentado tras un escritorio y declarar desde ahí un país como seguro”.

Esta es la respuesta de Lina Homa, una joven refugiada afgana que ya lleva nueve años en Múnich, a la pregunta de qué le diría al ministro de Interior alemán, el democristiano Thomas de Mazière, respecto a que el Gobierno de Merkel haya calificado a Afganistán como país parcialmente seguro. En efecto, el Ministerio de Migración y Familia y el servicio exterior germanos consideran suficientemente seguras algunas regiones del país asiático como para deportar a refugiados afganos cuyas peticiones de asilo han sido rechazadas. Una calificación que De Mazière ha defendido en público una y otra vez.

Pero la realidad es terca: el pasado 31 de mayo, un coche bomba golpeó el centro de Kabul. El atentado dejó decenas de muertos y heridos, y destrozó por completo la fachada de la embajada alemana en la capital afgana. Las imágenes de destrucción no tardaron en llegar a Alemania y de desmontar la posición oficial del Gobierno federal respecto a la situación de seguridad en Afganistán, un país que todavía sigue objetivamente golpeado por el terrorismo, la violencia y el galopante desempleo.

Yasin Rahmati y Lina Homa. (Thomas Lobenwein)

“Deberían dejar de engañarse a sí mismos”, sentencia Lina sobre aquellos que defienden la postura de Berlín sobre su país de origen. A esta joven, sus padres la metieron en un avión con dirección a Fráncfort hace casi una década. Entonces tenía 16 años. Su familia era consciente de que ya no estaba en disposición de garantizar la seguridad de su hija en Afganistán. Al llegar sola y como menor a las fronteras alemanas, las autoridades del país se vieron obligadas a hacerse cargo de ella.

Lina habla hoy alemán prácticamente sin acento y está absolutamente integrada. La suya es una historia de éxito entre los centenares de dramas que viven los refugiados llegados a Alemania durante los últimos dos años. A su lado se encuentra Yasin Rahmati, un joven afgano que apenas lleva 21 meses en el país. Lina y Yasin forman parte de la asociación juvenil Heimaten, con sede en Múnich. Ambos trabajan en la integración de jóvenes procedentes de Siria, Irak, Afganistán, Sierra Leona, Somalia y Uganda. Lina tiene hoy un permiso de residencia; Yasin sigue esperando a una respuesta de las autoridades alemanas a su petición de asilo. Sabe que si esta es rechazada, lo más probable es que lo deporten.

“La gente tiene miedo porque cualquiera puede ser deportado en cualquier momento. Y ese es un pánico que afecta no sólo a los refugiados afganos, sino también de otros países”, asegura Marianne Seiler, la directora de la asociación Heimaten. Un pánico que se metió a finales del pasado mayo en millones de hogares alemanes a través de sus pantallas de televisión: decenas de policías, entre ellos algunos agentes de las fuerzas especiales bávaras, ejecutaban la orden de deportación de un refugiado afgano de 20 años en la ciudad de Núremberg. El joven fue sacado por la fuerza de un aula de la escuela en la que estaba cursando una formación profesional. Algunos de sus compañeros intentaron evitar que la policía se lo llevase. Los agentes reprimieron duramente la resistencia pasiva de los escolares. Unas imágenes difícilmente vendibles por el Gobierno alemán para defender su actual política migratoria. No todo son puertas abiertas en Alemania.





“Desde 2015, es evidente que la política, tanto a nivel federal como en los Estados federados, ha buscado vías para aumentar la cifra de deportaciones y limitar los derechos de los refugiados. Ya en los meses posteriores al verano de 2015 vimos como se hacía efectivo el endurecimiento de leyes”, asegura Stephan Dünnwald, miembro del Consejo Bávaro de Refugiados.

Desde el “verano de los refugiados”, el Parlamento federal alemán, con los votos de la Gran Coalición conformada por conservadores y socialdemócratas, ha aprobado diversos endurecimientos de la Ley de Asilo; unas reformas que dificultan la reunificación familiar de refugiados que no son reconocidos como tales por las autoridades alemanas, que limitan su libertad de movimiento en territorio alemán, que facilitan su retención, hacen más sencillo el procedimiento de expulsión de personas con pocas perspectivas de conseguir asilo e incluso permiten que las autoridades intervengan los móviles y las comunicaciones de aquellos refugiados que no tengan documentos para acreditar su identidad. Estas reformas legislativas han sido criticadas por organizaciones pro Derechos Humanos.

Además de la innegable amenaza yihadista, Stephan Dünnwald no tiene dudas del papel jugado por los ultras de AfD, cuya presión electoral parece haber alimentado ese giro a la derecha de la política migratoria del Gobierno encabezado por Merkel. Las consecuencias del endurecimiento de la Ley de Asilo permanecen invisibles en la mayoría de ocasiones, pero en ocasiones deja paradigmáticas imágenes como las de la violenta deportación del joven afgano en Núremberg.

Merkel logra su objetivo 

Según estadísticas oficiales, la cifra de peticiones de asilo se ha reducido exponencialmente en los primeros seis meses de 2017 respecto a los dos años anteriores: en 2015, Alemania recibió casi medio millón de peticiones de asilo; en 2016, esa cifra rozó los 800.000 refugiados; entre enero y junio del presente año, las peticiones de asilo superaron ligeramente las 111.000. Eso supone una caída del 73 por ciento respecto al mismo periodo de 2016. El acuerdo entre la UE y Turquía y el cierre de la ruta de los Balcanes han sido la clave de esa reducción, a la que también parece haber contribuido el endurecimiento de la legislación alemana que disuade a muchos refugiados de presentar su solicitud de asilo.

Angela Merkel consigue así uno de sus grandes objetivos coyunturales: sacar la llamada “crisis de refugiados” (que suponía un claro lastre para su nueva candidatura a la cancillería) de la primera línea de la agenda política en pleno año electoral. Y ello sin tener que prescindir del cartel de gran defensora de la política de fronteras abiertas y de acogida de refugiados, a pesar de que la realidad de su gestión apunte en otra dirección: el rechazo de peticiones de asilo crece, obtener el estatus de refugiado cada vez es más difícil en Alemania.

Ello no deja de ser paradójico en un país profundamente envejecido y que necesita objetivamente de la inmigración para combatir a corto y medio plazo la grave crisis demográfica que sufre y que pone en peligro su modelo económico y su Estado del Bienestar. No es menos paradójica la actual situación en el mercado laboral alemán: muchos empresarios siguen sin poder cubrir la demanda de mano de obra en numerosos sectores, mientras refugiados con un alto potencial de inserción laboral (o incluso ya con una oferta de empleo) no reciben un permiso de trabajo por proceder de países considerados “seguros” y ser candidatos potenciales a la deportación. Es complicado no distinguir la sombra del ultraderechismo populista de AfD y del electoralismo cortoplacista en la gestión que el Gobierno federal hace de los refugiados desde el verano de 2015.

La economista Yvonne Giesing, de instituto muniqués Ifo, ha elaborado un estudio sobre la integración de los refugiados en la capital bávara; en él, Giesing constata que con paciencia y voluntad política buena parte de los refugiados pueden encontrar un futuro laboral en Alemania pese a las dificultades idiomáticas y la reconversión formativa en muchos casos necesaria. Pero también demuestra que hay obstáculos burocráticos difíciles de entender en un país que necesita mano de obra: “En Alemania, da igual si trabajas o no para la evolución de tu proceso de asilo. Es una cuestión que ni siquiera es planteada por las autoridades”.

La economista no entiende por qué la ley de asilo alemana está absolutamente desconectada de la situación laboral de los candidatos a obtener el estatus de refugiado. Ello genera situaciones absurdas, como, por ejemplo, que un peticionario de asilo que ha encontrado una formación profesional o un empleo no pueda acceder a un permiso de trabajo porque su solicitud de asilo todavía no ha recibido respuesta. O incluso peor: que un refugiado con un puesto de trabajo asegurado sea finalmente deportado a su país de origen por ser este considerado “seguro” por las autoridades alemanas. La economista del Ifo instituto considera este tipo de decisiones son un tiro en el pie al sistema productivo alemán y aconseja encarecidamente al Gobierno de Merkel conectar la legislación migratoria y de asilo con la expedición de permisos de trabajo para evitar escenarios kafkianos.

¿Una nueva ola? 

El acuerdo migratorio entre la Unión Europea y Turquía, de momento, aguanta. Sin embargo, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan ha amenazado repetidamente con cancelarlo. Para el autócrata turco es evidente que los refugiados son una simple baza negociadora. Si el acuerdo entre Bruselas y Ankara acaba por hundirse, de poco servirá que la ruta de los Balcanes esté ahora cerrada. Será prácticamente imposible evitar que se repitan las imágenes del “verano de los refugiados” registradas en las fronteras alemanas en 2015.

La mayoría de expertos consultados para este reportaje coinciden en apuntar que Alemania está hoy mejor preparada que hace dos años para hacer frente a una nueva ola de refugiados: existen unas sólidas estructuras de acogida, la comunicación entre los diferentes niveles estatales está mejor engrasada, está más claro a qué nivel de gobierno corresponde cada competencia.

Lo que, sin embargo, parece impredecible es el coste político que podría tener para el sistema de partidos tradicionales una llegada de refugiados similar a la de 2015. El surgimiento y establecimiento de los ultraderechistas de AfD, que hoy siguen peleando por convertirse en la tercera fuerza parlamentaria del Bundestag, es buena prueba de ello. Tal vez por ello no pocas figuras del actual Gobierno federal dan ya definitivamente por superada la “crisis de refugiados”.

“Es un gran error dejar de prepararnos para la llegada repentina de más refugiados”, advierte Petra Bendel, politóloga de la Universidad de Erlangen-Núremberg. “Es un autoengaño pensar que no volverá ocurrir algo similar a lo del verano de 2015. Todos los indicios y todos los escenarios apuntan que puede volver a pasar en cualquier momento”.

Reportaje publicado en El Confidencial.

viernes, 12 de mayo de 2017

‘Factor AfD’: cómo la nueva ultraderecha podría influir a Alemania

“¿Y si AfD tiene razón?”. Con esta pregunta nada ingenua y también algo provocativa titulaba recientemente el semanario Die Zeit un excelente artículo sobre el partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD, en sus siglas en alemán), una formación de poco más de cuatro años de edad que, si no hay sorpresas de última hora, entrará en el Bundestag tras las elecciones federales del próximo 24 de septiembre. 

El artículo publicado por el semanario conservador y referencial busca las razones por las que un partido de posiciones hipernacionalistas, islamófobas y euroescépticas es apoyado actualmente, según la mayoría de encuestas de intención de voto, por alrededor de un 9% de la población alemana. Un enfoque que habría sido difícilmente imaginable hace un par de años en una publicación como Die Zeit; y es que hasta hace bien poco, AfD era más bien objeto de mofa o rechazo en el espacio público alemán más que de un análisis riguroso y sistemático. 

A falta poco más de cuatro meses para las elecciones federales, y a la vista de que AfD sigue luchando por convertirse en la tercera fuerza más votada, la prensa alemana comienza a preguntarse seriamente hacia dónde va la nueva ultraderecha y, de paso, hacia dónde se podría dirigir el país más poderoso de la UE con un partido netamente ultraderechista con facción propia dentro del Bundestag, una situación prácticamente inédita desde la fundación de la República Federal de Alemania en 1949.  

Incómodo espejo 

AfD es el reflejo de una Alemania hipernacionalista, xenófoba y antieuro que sí que existe, un incómodo espejo al que el establishment del país más rico y poblado de la UE ha intentado evitar mirarse durante los últimos años (marcados por la crisis de deuda europea y por la llegada de cientos de miles de refugiados), pero que se hace cada vez más inevitable de afrontar a medida que se van acercando unas elecciones federales en las que Angela Merkel aspira a la cuarta reelección como canciller. 

Tras el congreso celebrado en 2015, que supuso la derrota y el abandono del partido de Bernd Lucke, exlíder y cofundador de una formación nacida desde posiciones euroescépticas y neoliberales para avanzar hasta el ultraderechismo, la mayoría de politólogos, analistas y periodistas del país dieron por muerta y enterrada a AfD. La realidad se encargó de enmendar ese vaticinio: actualmente, el partido ya está presente en 12 de los 16 parlamentos regionales del país y apuntan irremediablemente al Bundestag. 

Melanie Amann, reportera del semanario Der Spiegel especializada en AfD y autora del libro recientemente publicado Angst für Deutschland (Miedo por Alemania), reconoce que también erró en sus pronósticos sobre el joven partido ultraderechista. Amann siguió de cerca el último congreso de AfD, celebrado el pasado mes de abril en Colonia, y que tumbó el hasta hace bien poco indiscutible liderazgo de Frauke Petry. El congreso se desarrolló como era de esperar: el partido salió aún más radicalizado tras la derrota de la fracción más pragmática y relativamente moderada encabezada por Petry. 

Pese a las constantes disputas internas que han acompañado a AfD prácticamente desde su fundación, Amann considera que la formación difícilmente se descompondrá hasta las elecciones de septiembre, como apuntan algunos medios alemanes que parecen más interesados en enterrar a la formación ultraderechista que en explicar honestamente las razones de su avance electoral. “El partido sigue siendo unitario y Petry sabe cuánto trabajo supone levantar una formación política. También sabe lo que ocurrió con Bernd Lucke. Si te quedas fuera de AfD, te quedas fuera del partido y te conviertes en una figura irrelevante”, analiza la periodista de Der Spiegel

El análisis de Amann apunta a un aspecto fundamental para entender AfD y su futuro cercano: el partido ultraderechista no necesita un líder indiscutible e incuestionable para sobrevivir a corto plazo. AfD no tiene una clara cabeza visible, sino que es más bien un fenómeno político multidimensional que cataliza un malestar social un tanto amorfo y difícil de describir, pero fácilmente detectable en una parte nada despreciable de la sociedad alemana que está cansada de los partidos tradicionales y parece ávida de una enmienda a la totalidad del estado de las cosas desde posiciones “políticamente incorrectas”, ultraconservadoras e hipernacionalistas. 

Ese malestar social se expresa políticamente a través del voto de AfD, un partido que ya ha tumbado a dos líderes que parecían intocables (Lucke y Petry) y que se autoalimenta electoralmente sin la necesidad de figuras mesiánicas y pese a las constantes disputas internas. De su congreso de Colonia, AfD salió con una candidatura encabezada por el nacionalconservador Alexander Gauland y por Alice Weidel, una ultraliberal abiertamente lesbiana. “Se trata de una elección estratégica. Alice Weidel es una economista homosexual que puede tener un gran impacto en las clases medias, pero con una retórica muy agresiva que también puede alcanzar posiciones muy derechistas; Alexander Gauland es un antiguo miembro de la CDU y, por tanto, una figura con la que los conservadores alemanes fácilmente se pueden identificar”, asegura Timo Lochocki, politólogo e investigador de la German Marshall Fund

Con el freno en seco de las aspiraciones de Petry, que había acumulado demasiado poder e incomodaba a las bases, y el establecimiento de una candidatura coral para las próximas elecciones federales, AfD demuestra que las posiciones ultraderechistas no están reñidas con la sagacidad política en Alemania, cuyo tablero político hace tiempo dejó de ser inmune al avance de la extrema derecha que está sufriendo buena parte de Europa. 

Posibles consecuencias 

Llegados a este punto, vale la pena hacerse las siguientes preguntas: ¿qué consecuencias tendrá para Alemania la más que probable entrada de AfD en el Bundestag el próximo septiembre? ¿Cómo podría afectar el llamado ‘factor AfD’ al país más poblado, rico y poderoso de la UE? 

En primer lugar, la llegada de los ultraderechistas al Parlamento federal alemán tendrá un impacto numérico: el próximo Bundestag será, con casi seguro seis fracciones, muy probablemente el más fragmentado de la historia reciente de Alemania. Ello dificultará aún más la formación de gobiernos de coalición. A día de hoy, y con las actuales encuestas de intención de voto sobre la mesa, la única coalición verosímil es la reedición de la Gran Coalición de conservadores y socialdemócratas. Una que alimenta el discurso de que los dos grandes partidos son iguales, que banaliza el siempre necesario debate político y que refuerza las tesis de la antipolítica defendidas por AfD. 

En segundo lugar, con los dos pies dentro del Parlamento federal, AfD podrá marcar aún más claramente la agenda que ya hace meses que viene haciendo con una comunicación política agresiva y con radicales campañas canalizadas fundamentalmente a través de Internet. No en vano, AfD es el partido alemán con más seguidores en Facebook, por delante incluso de las dos principales formaciones del país, la CDU de Angela Merkel y el SPD de Martin Schulz, los dos únicos candidatos con posibilidades reales de alcanzar la cancillería tras las próximas federales. Sin estar presente en el Parlamento federal, AfD hace tiempo que tematiza asuntos incómodos para el resto de partidos. Desde dentro del Bundestag, esa posición muy probablemente se acentuará, aún más si los ultras son al final el tercer partido más votado y lideran la oposición parlamentaria. 

Y en tercer lugar, la entrada de AfD en Bundestag sentará un simbólico y nada halagüeño precedente: la ultraderecha volverá a la política federal alemana por primera vez en las últimas siete décadas tras superar la barrera electoral del 5%. La mítica frase del padre de los socialcristianos bávaros, Franz Josef Strauss (“A la derecha de la CDU-CSU no puede haber ningún partido democráticamente legitimado en Alemania”), pasará así a la historia gracias a una transversalidad política que la ultraderecha alemana hasta ahora había sido incapaz de alcanzar en la historia de la República Federal: AfD recibe el apoyo de antiguos votantes de prácticamente todos los partidos políticos establecidos, del abstencionismo y también de nuevos electores. 

¿Supondrá la llegada de AfD al Bundestag un cambio de paradigma en el tablero político alemán? La entrada de un partido ultra en Parlamento federal de Alemania, opina el politólogo Timo Lochocki, generará un debate dentro de los dos grandes partidos del país (CDU y SPD) sobre su futura orientación ideológica y su comunicación política para recuperar los votos perdidos que han recalado en AfD. Lochocki opina que un crecimiento mantenido de AfD podría incluso desembocar en posibles futuras coaliciones entre la CDU y AfD, lo que supondría un claro giro a la derecha de Alemania. 

En todo caso, y a corto plazo, la entrada de los ultraderechistas en el Bundestag impedirá una coalición alternativa de centroizquierda conformada por los socialdemócratas del SPD, los poscomunistas de La Izquierda y los ecoliberales de Los Verdes. La Gran Coalición parece estar así ya más que sellada para la próxima legislatura. Una reedición de un Gobierno entre los dos grandes partidos alemanes que muy probablemente reforzará la estrategia dialéctica de AfD: los ultras seguirán presentándose (con probable éxito electoral) como la única oposición real dentro del país más poderoso y rico de la UE. 

Análisis publicado en el portal Esglobal.org.


Este artículo se enmarca en la preparación de El retorno de la ultraderecha a Alemania, el primer libro en castellano sobre el partido ultra AfD, que estoy coescribiendo con el politólogo Franco Delle Done. Puedes apoyarnos en este enlace: https://libros.com/crowdfunding/el-retorno-de-la-ultraderecha-a-alemania/

sábado, 1 de abril de 2017

Rana Zamadani: feminista radical, conservadora y antiislamista

Rana Zamadani. Foto: Jörg Schulz_Chuck Knox Photography.
“La mayoría de los hombres musulmanes tienen un problema de violencia”; “las mujeres musulmanas (…) también son culpables. (…) Las madres educan a sus hijos como príncipes y machos, a sus hijas, como sirvientas de los hombres”; “los musulmanes exigen y reciben un tratamiento especial”; “el pañuelo en la cabeza y una sexualidad en libertad son una paradoja, se contradicen”; “hemos perdido la batalla contra el hiyab [cubrimiento de la cabeza de la mujer por cuestiones religiosas] por ser una sociedad tan tolerante”. 

Todas estas frases, sacadas de contexto, podrían llevar a pensar que fueron escritas por un político o intelectual ultraconservador de tendencias hipernacionalistas e islamófobas tan de moda actualmente en Europa. Nada más lejos de la realidad: la autora es una feminista radical, de valores conservadores, origen albanés y discurso políticamente incorrecto e incómodo prácticamente con todos los partidos políticos de Alemania. Su nombre es Zana Ramadani y su historia, extraordinariamente excepcional. 

Nacida en Skopje, Macedonia, en 1984, Zana llegó a Alemania a la edad de 7 años de mano de su familia, que huía de la desintegración de Yugoslavia. Tras constantes conflictos con los valores musulmanes de sus padres y tíos, con 18 años decide huir de casa. Después de casarse con un alemán, hacer carrera profesional y ganar mucho dinero en el sector financiero y en diferentes bufetes de abogados, decide abandonar su cómoda vida para cofundar FEMEN Alemania. Comienza así a participar en acciones directas contra la prostitución, contra políticos considerados por las activistas como machistas y misóginos, y contra representantes del patriarcado gobernante contra las que integrantes de FEMEN militan.

Zana está hoy separada y su carrera profesional es historia. Sus intervenciones junto con otras activistas de FEMEN Alemania, como la que protagonizó en la final del reality show televisivo Germany’s Next Topmodel en 2013, le han pasado factura. También dentro de su propio partido, la Unión Demócrata Cristiana (CDU) liderada por la canciller Angela Merkel, en el que a pesar de todo sigue militando.

¿Es Zana el prototipo de un feminismo conservador poco conocido y explorado? “Soy muy conservadora”, declara Zana Ramadanil, “pero eso significa tener unos determinados valores que no obligatoriamente tienen una connotación negativa. Mis valores descansan sobre el humanismo y el feminismo. Eso significa no cerrar los ojos antes problemas y llamar a las cosas por su nombre para fomentar el debate. Sólo a través del debate me puedo desarrollar yo y se puede desarrollar la sociedad”.

Feminista radical, conservadora, militante de la CDU, azote de los barones misóginos de su partido, crítica implacable de lo que ella califica de “Islam político” y del rol de las madres musulmanes a la hora de plantar la semilla del conservadurismo religioso en los jóvenes musulmanes nacidos y crecidos en Alemania. Quien navegue en la biografía de Zana Ramadani, encontrará una figura compleja, poliédrica y también profundamente contradictoria.

“Delirio tolerante” 

'El peligro encubierto. El poder de las madres musulmanas y el delirio tolerante de los alemanes' es el título del primer libro de Zana Ramadani, recién publicado en Alemania; con él, la activista se ahorra el estilo políticamente correcto y lanza una tremenda crítica contra buena parte de la comunidad musulmana residente en su país y en el resto de Europa. Su tesis: es absurdo argumentar que el terrorismo yihadista no tiene nada que ver con Islam. Los terroristas yihadistas son, al fin y al cabo, musulmanes y su radicalización nace en el seno de la religión que profesan.

En opinión de Ramadani, el denominado Islam político, doctrina cuyas reglas nacen de una interpretación ortodoxa del Corán y que pretende intervenir en todas las dimensiones de las sociedades que dominan, alimenta ese fanatismo religioso. Y buena parte de los integrantes de las comunidades musulmanas europeas apoyan activa o pasivamente ese islamismo o Islam político.

Zana también también critica lo que ella considera tolerancia mal entendida de una parte de la sociedad alemana. “¿Por qué un demócrata alemán no debería criticar la religión islámica mientras sí discute valores controvertido del cristianismo y el judaísmo? ¿Y por qué no debería decirle a los líderes musulmanes: 'tenéis que aceptar que vuestro profeta sea caricaturizado, así como nosotros no enviamos un comando suicida cuando el Papa es representado en una portada con una mancha amarilla sobre sobre su sotana'”.

La crítica de Zana al Islam y al islamismo es implacable, sin concesiones. Su libro combina experiencias personales con referencias académicas y periodísticas. Su pecado reside tal vez en que la conclusión del ensayo esté ya implícita en la tesis inicial. Y también que algunos de sus párrafos contengan ciertas generalizaciones no justificadas que parecen buscar más la provocación que el fomento del sano debate. “Entre los musulmanes crece un preocupante número de personas fanáticas y preparadas para usar la violencia”, escribe por ejemplo Zana sin ofrecer referencia estadística o académica alguna.

“Yo nunca quise generalizar con mi libro”, asegura la autora a El Confidencial. “Solamente he intentado escribir de manera clara y nítida. Sin embargo, eso ya no parece ser habitual, y por eso creo que muchas personas encuentran que mi libro es provocador. Eso es triste. Si hubiese intentado escribir para evitar que el libro pudiese entenderse como una provocación o una generalización, seguramente habría relativizado muchas cosas. Y en ese caso, habría sido mejor no escribirlo”.

En un momento en que la ultraderecha de tintes islamófobos gana terreno en Alemania y otros países de Europa, la pregunta se hace inevitable: ¿no tiene miedo de que su libro y sus intervenciones públicas sean manipuladas por el creciente populismo xenófobo de partidos como Alternativa por Alemania? “Yo tengo derecho a criticarlo todo y a ponerlo todo en entredicho, y eso no significa que sea racista”, responde tajante Zana, que quiere dejar claro su absoluto rechazo y distanciamiento de las posiciones de formaciones como AfD y de movimientos ultras como Pegida (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente).

Zana incluso va más lejos: cree que libros como el suyo sirven para combatir el discurso políticamente correcto sobre el Islam, que, en su opinión, ha alimentado las tesis islamófobas de AfD. “No creo que AfD haya surgido porque los alemanes se atrevan por fin a expresar su racismo en público. Surge del miedo y la frustración ante las élites y los actuales gobernantes. Y ahí incluyo también a mi partido, la CDU. No creo que los ciudadanos hayan contribuido al surgimiento y el avance de AfD, sino los gobernantes. El problema es que las elites políticas no han reconocido ese error hasta hoy. En lugar de buscar a los ciudadanos, hablar con ellos y preguntarles por qué votan a AfD, les dicen que son tontos y nazis por votar a ese partido. Hay políticos cercanos a Merkel que siguen sin reconocer errores y que piensan que los problemas se solucionarán solos. Hay incluso parlamentarios que insultan a votantes a través de twitter por apoyar a AfD. Si yo soy una de esas ciudadanas, ¿votaría nuevamente por ellos?”

Coste personal 

El activismo de Ramadani no deja de ser contradictorio: feminista radical, defiende los valores conservadores basados en el humanismo cristiano que representa la CDU de Merkel, en el seno de la cual reconoce que también hay una parte de “fundamentalismo cristiano” respecto a cuestiones como el matrimonio homosexual o la adopción de menores por parte de parejas del mismo sexo. Zana confiesa además que sus acciones en FEMEN le costaron el rechazo dentro de los círculos conservadores en los que ella se ha movido desde que comenzó hacer política y a labrarse una carrera profesional. “En los ámbitos en los que he trabajado, este tipo de activismo no ayuda encontrar un empleo”, dice Zana, ahora mismo desempleada y en búsqueda de un trabajo que de momento no llega.

El coste personal del activismo de Zana también impactó en la relación con su familia de origen albanés, ya de por sí históricamente complicada. “Durante un año no tuve ningún contacto con mi familia, hasta que mi padre decidió retomarlo. Desde entonces la relación es intermitente, con fases buenas y malas. El caso de mi madre es complicado: por una parte, no me desea nada malo, pero por otra, no puede separarse de su valores. En todo caso, este libro no es ningún ajuste de cuentas con mi familia. Sólo quiero cambiar algo para la próxima generación”.

La cofundadora de FEMEN Alemania tiene una hermana y un hermano, ambos menores que ella. De este último dice: “Con 24 años, es el buen musulmán de la familia. Él puede permitírselo todo. Puede beber alcohol y salir. Pero a nosotras nos echa en cara que salgamos con chicos y que bebamos, nos dice que nos comportamos como putas. En los círculos religiosos musulmanes, el comportamiento de mi hermano es paradigmático. Y nuestra familia no es especialmente conservadora. Son cosas que yo viví en el seno de una familia musulmana liberal. ¿Cómo habría sido mi vida si hubiese crecido en una familia musulmana conservadora? Prefiero no imaginármelo”.

Miedo al futuro 

 Zana Ramadani está embarazada. Espera un hijo de un hombre que su familia todavía no conoce. Ni siquiera sabe si su familia accederá algún día a conocerlo. Desde que Zana apostase por el camino del activismo, la incertidumbre marca irremediablemente su vida. Y también el miedo al futuro. “Tengo miedo de cómo se desarrollan las comunidades islámicas aquí en Alemania, de que en el futuro vea mis libertades individuales coartadas y de que me tenga que subyugar nuevamente a la voluntad de una comunidad”, asegura.

“Desde que hago política y soy activista, vivo con amenazas de muerte. Tomo una serie de medidas de seguridad personales, pero no me puedo permitir guardaespaldas. Recibo amenazas tanto de círculos islamistas, como de círculos izquierdistas y derechistas”, dice Zana sin perder una expresión de relativa calma, para añadir: “Ahora quiero hacer un curso de uso de armas para poder defenderme a mi misma ya que el Estado alemán no está dispuesto a hacerlo”.

Esta feminista atípica y militante se niega a que las amenazas le tapen la boca. Una boca de la que, durante la larga e intensa conversación con este periodista, salieron frases políticamente incorrectas e incómodas con casi todas las tendencias políticas presentes en su país de adopción: “Las asociaciones de musulmanes en Alemania son, por lo general, fuertemente islamistas y buscan cualquier cosa menos la convivencia”; “el Islamismo nunca puede ser democrático, contiene todos los elementos negativos de esa religión”; “también veo fundamentalismo cristiano dentro de la CDU, y sí, ese fundamentalismo también tenemos que combatirlo”; “debemos pelear contra toda forma de racismo, también contra el practicado por los musulmanes”; “estoy dispuesta a aceptar cualquier tipo de creencia, pero hasta un determinado punto. Y cuando las religiones sobrepasan ese punto, hay termina también la tolerancia”.

Perfil publicado en El Confidencial.

lunes, 9 de enero de 2017

Los recuerdos olvidados de un exlíder neonazi alemán

“Políticos y personalidades de la industria del entretenimiento, todos ellos acabarían en un campo de concentración. Todos los canales de televisión serían cerrados y sólo quedaría propaganda sin su venenosa influencia. En su lugar, un canal del Reich. Enemigos del Estado, discapacitados y asociales serían deportados a un campo de concentración. También skinheads como yo, de los cuales ahora el partido se servía, gente para la que mi banda actuaba. Gente como yo. ¿Tendría entonces que dejarme crecer el pelo y convertirme en un mamarracho más del partido? ¿O quería seguir siendo quien yo era?”. 

Este es un párrafo escrito por un antiguo líder neonazi alemán, por un exmilitante del Partido Nacionaldemócrata de Alemania (NPD), por un antigua estrella de la escena musical ultraderechista europea. Es uno de los párrafos con los que Achim Schmid explica en su libro Recuerdos olvidados. Una joven vida en la extrema derecha las constantes contradicciones a las que se tenía que enfrentar alguien que militó en el neonazismo alemán y que al mismo tiempo tocaba en bandas de música Oi! y rock radical para skinheads. 

El exlíder de la sección europea de Ku-Klux-Klan, arrepentido de su pasado racista, supremacista y nacionalsocialista, se abre ahora en canal para que los lectores intenten entender qué llevó a un joven alemán como él a convertirse en una de las referencias de la ultraderecha europea. Y también para encontrar caminos hacia la autoayuda. 

“Para mi este libro fue algo más que una terapia. Cuando se escribe algo así, hay que mirar muy hacia atrás en el tiempo, buscar procesos que me marcaron durante mi infancia y mi juventud, y entender qué me llevó a hacer aquello”, cuenta por teléfono Achim Schmid desde su actual residencia en Estados Unidos. “En la escena de la extrema derecha, no todos son personas con un bajo coeficiente intelectual, sino que también hay personas muy inteligentes. En aquella época me alegraba de tener ese tipo de gente en nuestras filas; hoy me pregunto cómo pudieron llegar a militar en el neonazismo”. 

Radiografía del neonazismo 

Achim Schmid ha cambiado radicalmente. Eso es algo que quiere dejar meridianamente claro desde el mismo inicio de la conversación telefónica que mantiene con este periodista. Asegura que hoy es un hombre diametralmente diferente de aquel que comenzó a militar en diferentes partidos y movimientos nacionalsocialistas a principio de la década de los 90 del siglo pasado. 

Schmid, autoexiliado en Estados Unidos por motivos de seguridad personal, radiografía con su libro la escena del neonazismo alemán, europeo y estadounidense. Lo hace sin eufemismos e intentando que el lector se ponga en la piel de aquel joven desorientado que buscó cobijo y sentido a la vida hace más de 25 años en el ultraderechismo racista. 

“¿Dónde se empieza realmente a ser de derechas? ¿Y a partir de cuándo se comienza a ser radical de derechas?¿O ultraderechista? Para el ciudadano normal estos últimos son conceptos apenas separables. Para gente situada fuera del movimiento, la realidad de los neonazis es absolutamente impenetrable”. 

Este el tipo de preguntas y reflexiones que el lector encontrará en el libro. El exlíder neonazi explica con todo detalle cómo funcionan los círculos de la extrema derecha, cómo se entra y se asciende en ellos, cuáles son los mecanismos de atrincheramiento ideológico y de reclutamiento, cómo funciona la propaganda parda en la que la música juega un papel fundamental, por qué surgen los enfrentamientos entre las llamadas Viejas Derechas, herederas de las posturas clásicas del nacionasocialismo derrotado en la Segunda Guerra Mundial, y las Nuevas Derechas, reorganizadas tras la reunificación de Alemania y con referencias culturales y musicales más sofisticadas

El relato está además plagado de detalladas descripciones sobre la cotidianidad de un militante neonazi: el alcohol, la violencia, las estrecheces económicas, el rechazo social, las amenazas, la música como válvula de escape, la tentación de desaparecer en la clandestinidad terrorista neonazi, la absoluta ruptura con la vida anterior y con los círculos familiares, la revolución vital que supone invertirlo todo en la causa nacionalsocialista y en la descabellada lucha diaria en defensa de la pureza de la raza blanca. 

Violencia como punto de inflexión 

Después de casi dos décadas de ciega militancia y de fiel activismo ultraderechista, en el año 2002 Achim decidió dar el paso definitivo para desconectar del neonazismo. Uno de los puntos de inflexión que le llevaron a tomar esa decisión fue una escena vivida durante un concierto neonazi en Dinamarca en el que Schmid tocó con una de sus bandas: “Yo ya había visto mucha violencia. Debido al alcohol, y empujados por la música y los camaradas, la violencia era común. Pero cuando vi a ese joven danés tumbado sobre su propia sangre, observado desde arriba de forma ignorante por su contrincante, entonces empecé a reflexionar. Yo no quería algo así. Ni me quería sentir responsable de ello, ni tampoco lo quería poner en práctica. Pero me negaba a abrir los ojos. Estaba demasiado atrapado en la espiral del odio. El odio era un fin en sí mismo”. 

Achim nunca llegó a saber si aquel joven danés, golpeado hasta la saciedad por un cabeza rapada, salvó su vida o acabó muriendo por la paliza recibida. El exmúsico ultraderechista salió de aquella sala de conciertos danesa con un cambio fundamental en su mente: aquella imagen de violencia gratuita supuso el inicio del fin de su apoyo incondicional al supremacismo blanco. Un cambio mental que finalmente desembocó en su abandono del neonazismo militante, y que también dio pie a la escritura del libro con el que hoy cuenta su historia. 

Pero la decisión de abandonar el ultraderechismo es a menudo insuficiente: el proceso suele ser lento y muy complejo, y a veces fracasa. Los “camaradas” sustituyen a la familia, porque los círculos neonazis funcionan al fin y al cabo como un secta que ofrece soluciones sencillas a problemas vitales complejos. “Cuando uno queda atrapado en el mundo ideológico de la extrema derecha, se hunde en él cada vez más. Es como si se estuviera en arenas movedizas. Y como ocurre en las arenas movedizas, cada reacción procedente del exterior te hunde cada vez más profundo”, escribe Achim. 

El miedo es otro de los frenos para los que quieren abandonar la militancia parda, porque los ultraderechistas que deciden sacrificar su vida a la causa nacionalsocialista se ven solos tras abandonar la militancia: fuera de los círculos radicales no suelen tener contactos, trabajo ni amigos. Fuera del neonazismo simplemente les espera la más absoluta de las nadas. 

La asociación EXIT conoce bien esas trabas psicológicas y sociales. Esta asociación no gubernamental alemana trabaja desde 2000 ayudando a militantes ultraderechistas a dejar los círculos del odio supremacista para comenzar una reintegración social. 

El criminalista Bernd Wagner, presidente y fundador de EXIT en Alemania, sabe bien cuán complicado es conseguir que gente como Achim Schmid consiga el objetivo de abandonar exitosamente ese mundo: “La puerta de salida es al mismo tiempo la puerta de entrada. Y uno no puede quedarse en el umbral. Hay que cruzarlo para abandonar esa dimensión y entrar en una completamente nueva”. Desde su fundación, EXIT ya ha conseguido liberar a más de 500 exmilitantes neonazis.



Militancia asesina 

La militancia a la que Achim Schmid perteneció obedientemente durante más de dos décadas es algo más que un simple puñado de biografías destrozadas por el odio nacionalsocialista y la ideología supremacista blanca. El neonazismo militante en Alemania mata: la violencia ultraderechista ha asesinado a casi 180 personas desde 1990. Así lo documenta la Fundación Amadeu Antonio, organización que trabaja contra el racismo y el antisemitismo. Desde palizas hasta tiros en la cabeza: la lista de víctimas mortales y de heridos sirve para recomponer lo que es un auténtico fenómeno terrorista neonazi que a menudo es presentado por medios y políticos como meras expresiones violentas aisladas. 

Mapa de las agresiones mortales en Alemania desde 1990:



La célula NSU (siglas en alemán para Clandestinidad Nacionalsocialista) fue la última de las organizaciones terroristas neonazis que salió a la luz: con una más que probable amplia estructura de apoyo social, la NSU asesinó a nueve ciudadanos de origen extranjero y a una agente de policía, ejecutó atentados con bomba y atracó bancos. Hace unos años, la fiscalía alemana llamó declarar a Achim Schmid por su presunta conexión con la célula terrorista, una conexión que él siempre ha negado rotundamente.

“Creo que es un error negar realidades evidentes. Alemania es un país de migración desde la década de los 60. Y eso alimenta evidentemente a la extrema derecha. Pero la política se niega a reconocer ciertos procesos”, lamenta Schmid al otro lado de la línea telefónica. El exlíder neonazi detecta un problema de doble filo en su país de origen: por una parte, la clase política alemana no quiere reconocer la existencia de una militancia neonazi estructural, y por otra, a las élites también les cuesta aceptar que la migración genera conflictos de convivencia que deben ser abordados abiertamente, sin tabús.

Esa dinámica negacionista parece haber contribuido a la aparición de un nuevo actor en la extrema derecha germana: el joven partido Alternativa para Alemania (AfD) supone un punto de inflexión, un cambio de paradigma en la organización, la comunicación política y la proyección electoral de las llamadas Nuevas Derechas alemanas.

Achim Schmid lo tiene claro: “AfD es un partido populista de derechas con tendencias ultraderechistas”. Y muestra una diferencia fundamental con respecto a los círculos en los que Schmid militó: AfD muestra una capacidad aglutinadora y una transversalidad social que el neonazismo nunca tuvo por presentarse ante el conjunto de la sociedad de forma demasiado radical. “La situación de hoy me recuerda mucho a la de la República de Weimar. Y todos sabemos lo que ocurrió tras la República de Weimar”, reflexiona el autor de Recuerdos olvidados. Una joven vida en la extrema derecha.

Al primer libro de Achim Schmid seguirán dos más; en las dos próximas entregas, el exlíder neonazi alemán explicará las dificultades que tuvo para abandonar el neonazismo y el proceso de reconstrucción vital que siguió a ese complejo proceso. Su objetivo es claro: “Si con ello consigo que una sola persona pueda abandonar esa ciénaga parda de la que yo salí, si con ello puedo evitar que más personas giren hacia la extrema derecha o que alguien de centro o de izquierdas busque el diálogo con alguien que se está perdiendo a la deriva hacia el ultraderechismo, entonces yo ya he ganado”.

Reportaje publicado en El Confidencial.