viernes, 13 de marzo de 2009

El silencio de los Quandt



El pasado lunes Helg Sgarbi, bautizado por la prensa centroeuropea como “el gigoló más famoso de Suiza”, fue condenado por la Audiencia Regional de Múnich a seis años de cárcel por estafa e intento de extorsión. Durante el juicio, que apenas duró unas horas, el tribunal consideró probado que Sgarbi había conseguido alrededor de 9 millones de euros de varias mujeres a través de la extorsión. ¿Su arma?: el uso de vídeos con contenidos sexuales comprometedores para al menos cuatro mujeres adineradas. Entre ellas, la mujer más rica de Alemania, Susanne Klatten.

La lectura del veredicto, aceptado por Sgarbi con una media sonrisa de aparente satisfacción y las palabras “lo siento en lo más profundo”, fue el último episodio de un culebrón que comenzó en julio de 2007, y que de momento parece haber concedido una tregua a la opinión pública. Aquel verano, el gigoló suizo entró en contacto con Susanne Klatten. La multimillonaria alemana se dejó seducir por su sonrisa, sus buenas maneras y su desenvoltura sin ser consciente de que ello acabaría con su vida discreta, hasta ese momento siempre apartada de los focos de las cámaras y de las portadas de la prensa pese a ser la heredera de una de las mayores fortunas del mundo.

Ese aparentemente fortuito encuentro estival supuso el principio de un tormentoso romance. Tras haber conseguido ganarse los encantos de Klatten, Sgarbi comezó a pedir dinero a su presunta amante. Primero, intentando infudir misercordia en el corazón de Klatten a través de inverosímiles historias: Sgarbi le aseguró a Susanne haber atropellado y dejado paralítica a la hija de un mafioso estadounidense, por lo que necesitaba siete millones de euros para poner su vida a salvo. Tras una primera negativa, la multimillonaria cedió y aceptó darle al suizo medio millón de euros en metálico. Pero Sgarbi no se conformó con ello y siguió exigiendo a Klatten cada vez mayores sumas de dinero. Ante las constantes negativas de Susanne, Sgarbin sacó su as de la manga: le amenazó con entregar a la prensa los comprotedores vídeos.

En contra de los cálculos de Sgarbin, Susanne Klatten decidió dar un paso adelante y denunciar el caso a la policía, a pesar de ser consciente de que, antes o después, la historia llegaría a las páginas de la prensa y a las pantallas de televisión. Tras el juicio exprés celebrado el pasado lunes, Sgarbin tendrá que cumplir íntegramente los seis años de prisión que le han sido impuestos por su inquebrantable negativa a declarar sobre sus supuestos cómplices y sobre el paradero del dinero extorsionado.

Como era de prever, el nombre de Susanne Klatten se ha convertido en pasto de las portadas de diarios y en suculento material para programas televisivos más o menos serios. Así las cosas, era inevitable que comenzasen a surgir preguntas sobre la vida de la mujer más rica del Alemania, que hasta el momento había conseguido mantener su privacidad al margen de los focos de la actualidad: ¿de dónde procede su fortuna? ¿Quiénes son sus antepasados? ¿Cuál es la historia de su familia? ¿Por qué ha elegido una vida discreta, apartada de los medios y de la vida pública de la sociedad alemana?

Para para comenzar a dar respuesta a todas estas cuestiones hay que remontarse a 1881. Ese año nació Günther Quandt, el abuelo paterno de Klatten, fundador de la saga de los Quandt y del actual patrimonio de Susanne, que la revista Forbes ha estimado recientemente en 7.000 millones de euros, fortuna que la sitúa dentro del grupo de las 25 personas más ricas de Europa. Empresas como Altana, Varta, Milupa o BMW, icono de la fortaleza de la economía alemana, forman parte de la historia de ese imperio empresarial levantado por Günther Quandt. Un imperio que ha cruzado como un transatlántico la historia del siglo XX y que mira con optimismo al siglo XXI.

Sin embargo, no es oro todo lo que brilla. Como bien apunta la voz popular, en todas las familias hay trapos sucios, y la estirpe de los Quandt no se salva de ello. El documental Das Schweigen der Quandts (“El silencio de los Quandt”), elaborado por periodistas del canal público alemán NDR y que salió a la luz en 2007, apunta en esa dirección. A través de la recuperación de documentos oficiales y privados correspondientes a la época de los años 30 (durante el ascenso del nazismo en Alemania), a la Segunda Guerra Mundial y al periodo posbélico de los años 50, el documental señala que el abuelo de Susanne Klatten, Günther Quandt, su padre, Herbert Quandt, y su tio lejano, Harald Quandt, se apoyaron en el régimen de Adolf Hitler para fortalecer sus empresas y aumentar así su fortuna.

El documental ofrece nombres y datos con una fría precisión. Estremecedores relatos de supervivientes del campo de concentración Hannover-Stöcken parecen dejar bastante claro que el imperio Quandt se sirvió del trabajo forzado al que eran sometidos los presos para producir baterías en la fábrica de la empresa AFA, propiedad del abuelo de Susanne Klatten. Cientos de personas murieron a causa las condiciones miserables en las que eran obligadas a trabajar. Además, según historiadores y economistas que aparecen en el vídeo, esas baterías iban destinadas en buena parte al Ejército alemán, que las usaba con fines bélicos. Por tanto, parece claro que los Quandt participaron de forma activa en el alzamiento y desarrollo de la estrategia militar del régimen nacionalsocialista. Además, Günther Quandt también sacó provecho de los procesos de expropiación de empresas judías y no judías en Alemania y en el resto de Europa.

Tras el final de la guerra, numerosas familias capitalistas alemanas que habían desempeñado un papel activo en el desarrollo industrial bajo la dictadura de Hitler, como por ejemplo los Krupp, tuvieron que responder por crímenes contra la humanidad en los juicios de Núremberg. Pero Günther Quandt y sus dos hijos Hebert y Harald consiguieron escapar de la justicia pese a los evidentes lazos económicos y políticos que les unían con el nazismo. Un ilustrativo ejemplo de ello: la primera esposa de Günther Quandt, Magda Ritschel, madre de su tercer hijo, Harald Quandt, y de la que se separó en 1929, se acabó casando con Joseph Goebbels, uno de los políticos más importantes e influyentes del nacionalsocialismo y jefe de la propanda nazi. El documental Das Schweigen der Quandts incluso sugiere que el abuelo de Susanne Klappen utilizó ese contacto para ganar posiciones en el sector industrial durante el Gobierno de Hitler.

Günther Quandt consiguió así escapar de la cárcel y sus dos hijos, Herbert y Harald, pronto se pusieron manos a la obra para reactivar las empresas familiares. La gran fortuna de los Quandt había conseguido sobrevivir al nacionalsocialismo, a la Segunda Gran Guerra y a la derrota alemana en la contienda. Los Quandt se adaptaron una vez más a los nuevos tiempos. Con la riqueza amasada, Herbert se hizo con la mayor parte de acciones de BMW y reflotó la empresa automovilística, que con perspectiva histórica es considerada como uno de los paradigmas del llamado milagro económico alemán de la posguerra. Mientras seguían aumentando sus ganancias, la familia Quandt optó por llevar una vida discreta, apartada de las excentricidades y de los medios de comunicación, probablemente consciente de que su negro pasado les obligaba a mantener la discreción.

Susanne Klatten nunca conoció a su abuelo: nació en 1962, cuando Günther Quandt ya llevaba ocho años muerto. Creció en una mansión en Bad Homburg, una pequeña localidad situada en el Estado federado de Hesse, en el corazón de Alemania. Su infancia fue relativamente normal, pese a la riqueza que le rodeaba y de la que quizá no fue consciente durante sus primeros años de vida. Cuando su padre murió repentinamente a los 71 años, en 1982, Susanne todavía era una jovencita de 20 años. Una jovencita que había heredado un inmenso patrimonio del cual, y según la voluntad de su propio progenitor, ella no debía ocuparse. Susanne sólo debía prepararse para el futuro profesional.

En 1981 comenzó a estudiar Ciencias Económicas en la Universidad de Buckingham, y después cursó un máster en el Instituto Internacional de Desarrollo Directivo de Lausanne. Pese a saber que no tenía la necesidad de trabajar para poder vivir, a diferencia de la mayoría de sus compañeros de universidad, Susanne no se dejó seducir por las mieles de la jetset. Según varios perfiles publicados en medios alemanes, la heredera siempre ha tenido a su madre, Johanna Quandt, como modelo de mujer perseverante y trabajadora al que imitar. Tras la muerte de su marido, Johanna pasó a formar parte de los consejos de vigilancia tanto de BMW como de Altana, en lugar de dejar el trabajo en manos de asesores y especialistas.

Después completar diversos periodos de prácticas en las empresas cuya parte de la propiedad le pertenecía en herencia, y durante los que siempre ocultó su auténtico apellido para pasar desapercibida, Susanne Klatten dio el salto en 1993. Con 31 años entró a formar parte del consejo de vigilancia de la farmacéutica Altana. A partir de ese momento los resultados de la empresa comenzaron a subir como la espuma. Con todo, Susanne siempre mantuvo la compostura: la joven directiva parecía haber heredado no sólo la fortuna, sino también la discreción posbélica de los Quandt.

Hasta ahora, la empresaria nunca se había salido del guión, no había concedido entrevistas ni aireado informaciones sobre su vida privada. Su figura perseguía mantener siempre un perfil bajo. Susanne parecía querer mantener siempre bien escondidas su cartas. Hasta que conoció a Helg Sgarbi y cometió un desliz bien caro para el mantenimiento en secreto de su vida privada.

En una excepcional entrevista concedida a finales de 2008 al Finantial Times Deutschland, Susanne Klatten afirmó lo siguiente sobre su experiencia con Sgarbi: “En el momento de la extorsión, tuve claro que me había convertido en una víctima, y que me tenía que defender en mi nombre y en nombre de todas las mujeres de mi familia.” Algo similar pretenden aquéllos que sobrevivieron a los trabajos forzados en las fábricas que funcionaron bajo el mandato de su padre y su abuelo durante el nacionalsocialismo: una indemnización histórica o, al menos, un perdón. Desde luego, algo más que el discreto silencio mantenido hasta ahora por los herederos de los Quandt, que arrastran una ingente riqueza de oscuras raíces.

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